Cuando exponemos el camino de la salvación a los demás, es de tremenda importancia hacer que el mensaje sea claro y sencillo, evitando cualquier cosa que pueda confundirles. De hecho, ya están bastante confundidos porque Satanás ha cegado el entendimiento de los incrédulos (2 Co. 4:4).
He aquí un ejemplo de cómo podemos hablar de modo que desconcierta a los inconversos y para ellos resulta ser como tapón de oídos: Nos topamos con un joven a quien no conocemos y comenzamos a testificarle. Nada más empezar cuando nos interrumpe diciendo: “ No creo en la religión. He probado la religión y no me ayudó en absoluto”. A lo cual contestamos: “Yo tampoco creo en la religión y no predico ninguna”.
¡Detengámonos aquí! ¿Puedes imaginar la confusión que esto causa? Aquí estamos, hablándole de asuntos que son obviamente religiosos y no obstante eso, le decimos que no creemos en la religión. ¡Le dejamos alucinado!
Naturalmente, sé qué es lo que queremos decir: No le estamos pidiendo que se haga miembro de una iglesia o denominación sino que entre en una relación con el Señor Jesús. No estamos promoviendo un credo sino a una Persona. No estamos abogando por una reforma sino por una regeneración, no tratamos de poner un traje nuevo al hombre sino un nuevo hombre en el traje.
Pero cuando el joven piensa en religión, piensa en todo aquello relacionado con la adoración y el servicio a Dios. La palabra “religión”, para la mayoría, significa un sistema de creencias y un estilo de vida peculiar conectado con la relación del hombre hacia la Deidad. De modo que cuando le decimos que no creemos en la religión, inmediatamente se queda con la impresión de que somos paganos o ateos. Antes que tengamos la oportunidad de explicar lo que queremos decir, ya nos ha etiquetado como irreligiosos.
En realidad no es verdad decir que no creemos en la religión. Creemos en las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Creemos que aquellos que profesan fe en Cristo deben mostrarlo en sus vidas. Creemos que la religión pura y sin mácula es: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo (Stg. 1:27).
Lo que no creemos es que la religión sea el salvador. Solamente el Cristo viviente puede salvar. No creemos en las versiones aguadas del cristianismo que circulan en nuestros días. No creemos en ningún sistema que estimula a la gente a pensar que pueden llegar al cielo por sus propias obras o méritos. Pero debemos ser capaces de explicar esto a la gente sin dejarlos pasmados con bombas tales como: “yo tampoco creo en la religión”. No juguemos con las palabras cuando las almas están en juego.
William MacDonald
De día en día ("Editorial Discípulo")