Mientras escribo esto, hay una gran ola de indignación pública por la alta tasa de crímenes en nuestro país. La gente exige ley y orden. Parece que nuestras leyes y tribunales favorecen al criminal, mientras que las víctimas del crimen reciben escasa o ninguna reparación. Son interminables los casos que pasan por las cortes y con mucha frecuencia abogados criminales ganan sus casos por medio de escapatorias absurdas en el contexto de la ley.
Contribuyendo al desorden general están las declaraciones pontificiales de los sociólogos liberales, psiquiatras y otros supuestos “expertos”. Insisten en que la pena capital es irrazonable e inhumana. Declaran que el temor al castigo no sirve para disuadir a los criminales y sugieren que la solución está en rehabilitarlos y no en castigarlos.
Pero están equivocados. Cuanto más confiado está un hombre de que no será castigado, más fácilmente recurrirá al crimen. O si ve que la sentencia es leve se sentirá alentado una vez más a correr el riesgo de ser pillado. O si piensa que el juicio va a prolongarse indefinidamente, se envalentonará y a pesar de lo que digan, la sentencia de muerte sí que actúa como una fuerza de disuasión.
Al analizar el creciente índice de criminalidad, una conocida revista de noticias decía que “una de las razones es la carencia de un fuerte disuasivo del sonado sistema judicial americano. Todas las autoridades están de acuerdo en que para que la amenaza de castigo sea creíble, debe ser segura y rápida. Desafortunadamente, el sobrecargado sistema judicial de los Estados Unidos no es seguro ni rápido”.
“Un experto en criminología declaró recientemente que por cada hombre virtuoso por amor a la virtud, 10.000 son buenos porque temen al castigo. Isaac Ehrlich de la Universidad de Chicago dio estadísticas que mostraban que la noticia acerca de la ejecución de un asesino impide que se cometan 17 asesinatos”. La reforma y la rehabilitación no son la respuesta. Han fallado consistentemente tratando de cambiar a los hombres. Sabemos que solamente el nuevo nacimiento por medio del Espíritu de Dios puede transformar en santo a un pecador. Pero lamentablemente son pocas las autoridades, relativamente hablando, que aceptarían esto para ellos mismos o para sus prisioneros.
Siendo este el caso, lo mejor que pueden hacer es tomar muy seriamente el versículo de hoy. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia contra la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal”. No será sino hasta que el castigo se imponga con rapidez e imparcialidad que veremos un descenso en las estadísticas del crimen. La solución está ahí, en la Biblia, si los hombres solamente la aceptaran.
William MacDonald
De día en día ("Editorial Discípulo")