Un elemento importante de la sabiduría práctica es el tacto. El cristiano debe aprender a ser discreto. Esto significa que debe desarrollar una delicada sensibilidad en lo que respecta a qué hacer y decir para evitar ofender y cimentar buenas relaciones. La persona discreta se pone en el lugar del otro y se pregunta: “¿Cómo me gustaría que me lo dijeran o hicieran a mí?” Busca ser diplomático, considerado, bondadoso y perspicaz.
Desafortunadamente la fe cristiana ha tenido en sus filas un número considerable de personas faltas de tacto. Un ejemplo clásico es un peluquero cristiano que trabajaba en un pequeño pueblo del oeste. Un día entró en la peluquería un desafortunado cliente, y pidió que le afeitase. El peluquero lo sentó, le ató al cuello el peinador, e inclinó la silla hacia atrás. En el techo el cliente vio escritas las palabras: “¿Dónde pasarás la eternidad?” El peluquero le enjabonó generosamente la cara; entonces, mientras afilaba la navaja, comenzó su testimonio evangelístico con la pregunta: “¿Está usted preparado para encontrarse con Dios?” El cliente salió disparado de la silla, con el peinador, espuma y todo, y nunca se volvió a oír de él desde entonces.
Una vez, un celoso estudiante salió una noche para evangelizar. Caminando por una calle oscura vio en las sombras a una joven caminando delante de él. Al tratar de alcanzarla, ella comenzó a correr. Ansioso, corrió tras ella. Cuando ella dobló el paso, él hizo lo mismo. Finalmente ella corrió hacia el portal de una casa, aterrorizada, y buscando nerviosamente las llaves en su bolso. Cuando vio que él corría hacia el porche, quedó tan paralizada de terror que no pudo ni gritar. Él entonces, sonriendo, le entregó un folleto y se fue feliz por haber alcanzado a otro pecador con el evangelio.
Se necesita mucho tacto cuando se visita a un enfermo. En nada le ayuda que digamos: “¡Qué pálida estás!” o contarle historias y anécdotas negativas como: “Conozco a una persona que tenía esta enfermedad y murió”. Esto es muy típico, y todos se disculpan diciendo que sólo querían ayudar, pero, ¿quién quiere esa clase de compañía o consuelo?
Hemos de ser discretos cuando visitamos a los afligidos. No debemos ser como el texano que le dijo a la viuda de un político asesinado: “¡Y pensar que tuvo que pasar en Texas!
Dios bendiga a aquellos santos escogidos que siempre saben cómo decir la palabra apropiada y bondadosa. Y que Dios nos enseñe al resto a cómo ser diplomáticos y discretos en vez de gente que va tropezando y pisando a los demás por su falta de tacto.
William MacDonald
De día en día ("Editorial Discípulo")