Muchas de las herejías más graves que han sacudido a la iglesia han girado en torno a este tema. Los hombres, descuidando su propia fragilidad, han querido comprender lo que es demasiado profundo para ellos. Algunos han puesto demasiado énfasis en la deidad de nuestro Señor a expensas de Su humanidad. Otros acentúan de tal manera Su humanidad que opacan Su deidad.
William Kelly escribió una vez: “El punto en el que se filtra el error es en cuanto al Hijo de Dios viniendo a ser hombre; pues es la complejidad de la Persona del Señor Jesús que expone a las personas al fallo fatal. Existen los que, sin duda, se atreven a negar Su gloria divina. Pero hay un modo mucho más sutil de rebajar al Señor Jesús; cuando, a pesar de confesar Su divinidad, se permite que Su humanidad absorba Su gloria, neutralizando así la confesión de Su Persona. De este modo, uno se desconcierta, y permite que aquello que le asocia con nosotros minimice la obra falsificando lo que Él tiene en comunión con Dios mismo. No hay sino una sola salvaguarda: no debemos aventurarnos a curiosear y discutir sobre un tema tan profundo. No tratemos, en nuestro humano desatino, de internarnos en un terreno tan sagrado, sin recordar que solamente podemos acercarnos con la actitud humilde de adoradores expectantes. Toda vez que esto se olvida, hallaremos invariablemente que Dios no está presente. El Señor permite a todo aquel que, confiando en su propia capacidad, se aventura a hablar de la persona del Señor Jesús, que se haga manifiesta su locura. Es solamente por el Espíritu Santo que se puede llegar a conocer lo que el Padre ha revelado acerca de su Unigénito Hijo”.
Un venerable siervo del Señor aconsejó una vez a sus estudiantes que se apegaran al lenguaje de la Escritura cuando discutieran la naturaleza dual de nuestro Señor. Cuando entremezclamos nuestras propias ideas y especulaciones el error penetra sigilosamente.
Nadie conoce al Hijo. Solamente el Padre lo conoce.
William MacDonald
De día en día ("Editorial Discípulo")