“Si pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Una de las mejores maneras de poner a prueba nuestra conducta cristiana es preguntarnos si ésta glorifica a Dios. Muy a menudo empleamos la pregunta equivocada: “¿Hay algo de malo en ello?” Lo que debemos preguntar es: “¿Glorifica mi conducta a Dios?”

Antes de involucrarnos en alguna actividad, debemos inclinar nuestra cabeza y pedir al Señor que por medio de ella Dios sea glorificado. Si Dios no va a ser honrado por ello, sería mejor no llevarlo a cabo. 

Quizás otras religiones queden satisfechas con la ausencia de mal en la conducta. El cristianismo va más allá de lo simplemente negativo a lo claramente positivo. Keith L. Brooks decía: “Si quieres ser un cristiano bendecido, deja de buscar lo que pueda haber de malo en las cosas, y empieza a buscar lo bueno. Si deseas una vida feliz, echa tu suerte entre aquellos que buscan lo bueno y no lo malo que hay en las cosas”.

Las cosas son inofensivas en sí mismas pero pueden llegar a ser un peso muerto en la carrera cristiana. No hay ley que impida que un corredor olímpico lleve a cuestas 10 kilos de patatas en la carrera de los 1.500 metros lisos. Puede llevar las patatas, pero no podrá ganar la carrera. Así pasa con el cristiano. Las cosas pueden ser inofensivas y sin embargo convertirse en un obstáculo.

Cuando preguntamos: “¿Hay algo de malo en ello?” nuestra pregunta revela una duda oculta. Nunca preguntamos acerca de actividades que son legítimas en sí mismas, tal como la oración, el estudio de la Biblia, la adoración, el testimonio o nuestro trabajo diario.

Todo trabajo honorable puede hacerse para la gloria de Dios. Por esta razón algunas amas de casa tienen este lema sobre el fregadero de la cocina: “Aquí se llevan a cabo servicios divinos tres veces al día”. 

Siempre que haya dudas, podemos seguir el consejo de la madre de Juan Wesley: “Si deseas determinar la legitimidad de un placer, sigue esta regla: Todo aquello que debilita tu razón, perjudica la sensibilidad de tu conciencia, oscurece tu sentido de Dios o arrebata el entusiasmo de las cosas espirituales; todo aquello que aumenta la autoridad de tu cuerpo sobre tu mente, esa cosa es pecado”.

William MacDonald

De día en día ("Editorial Discípulo")