El rico necio del Evangelio según Lucas tenía tantas riquezas que no sabía qué hacer con ellas. Así que decidió derribar sus graneros y silos y construir otros más grandes. Pensó que así se sentiría satisfecho sin saber que moriría tan pronto como su proyecto estuviera terminado. Su riqueza no le salvó de la muerte y de la tumba.
Sider dice: “El rico necio es el retrato clásico de la persona codiciosa. Tiene una ávida compulsión por adquirir más y más posesiones, aun cuando no las necesita. Su éxito fenomenal amontonando más y más propiedades lo lleva a la conclusión blasfema de que las posesiones materiales pueden satisfacer todas sus necesidades. Desde la perspectiva divina, sin embargo, esta actitud es una locura completa. Es un loco de atar”.
Hay una leyenda acerca de un hombre que quería hacerse rico en la bolsa de valores. Cuando alguien le dijo que podría tener todo lo que quisiera, dijo que le gustaría ver el periódico del año siguiente. Su idea era hacer una fortuna comprando las acciones que estuvieran a la alta durante el año siguiente. Cuando obtuvo el periódico, se recreaba pensando en lo rico que se iba a hacer. Pero entonces echó un vistazo a las esquelas, y vio que su nombre estaba allí.
El salmista menosprecia a aquellos ricos cuyo “íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus moradas por todas las generaciones; y a sus tierras han dado sus nombres” (Sal. 49:11 BAS). Mas cuando mueren dejan sus riquezas a otros. “Mas el hombre, en su vanagloria, no permanecerá; es como las bestias que perecen” (Sal. 49:12 BAS).
Hay un proverbio muy cierto que dice que el dinero es el pasaporte universal a todo lugar menos al cielo, y el proveedor universal de todo menos de la felicidad.
Ninguna persona rica ha tenido jamás el signo de dinero grabado en la lápida de su tumba, aun cuando el dinero haya sido la obsesión de su vida. Si utilizara el símbolo de lo que era supremo para él, este sería el $. Pero en la muerte escoge un símbolo religioso, como una cruz. Éste es un gesto final de hipocresía. El justo lo ve y dice: “He aquí el hombre que no puso a Dios por su fortaleza, sino que confió en la multitud de sus riquezas, y se mantuvo en su maldad” (Sal. 52:7). Y Dios escribe su epitafio: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc. 12:21).
William MacDonald
De día en día ("Editorial Discípulo")